Esta vivencia que os relato a continuación, ocurrió un día al anochecer, cuando Marie, decidió tomar un baño relajante antes de acostarse, cosa que nunca hacía, porque su conciencia con la escasez de agua en el mundo, no se lo permitía.
Se deslizó hacia el baño
arrastrando las zapatillas, estaba agotada y dolorida, prendió un fósforo para encender unas velas y mientras agitaba la mano para apagar la cerilla, dejó su mente fija en algún recoveco de su pensamiento. Sentada en el borde de la bañera, veía hipnotizada caer el chorro caliente, al mismo tiempo que la estancia se inundaba de una atmósfera nebulosa, producida por el vapor que se desprendía del agua; imaginó por un instante que estaba dotada de una cola de sirena y por tanto, en su imaginación, se zambulló en el mar desde una roca de la costa y nadando suavemente, se aproximó a un velero que encontró anclado cerca de la bahía, para espiar a sus tripulantes que
tomaban el sol en cubierta sin percatarse de su existencia. Cuando el nivel del agua llegaba a su límite en la bañera, sin saber cómo, regresó en si y se sumergió
en el liquido muy despacio.
A su alcance había un cestillo en el que guardaba sales y
ungüentos desde tiempos remotos, alargó el brazo metió la mano cogiendo al azar un frasco de
cristal con unas perlas brillantes en su interior; por fuera, en la etiqueta,
la casual imagen de una sonriente sirena saludaba con la mano; volcó un poco
del contenido en el agua que se tornó de inmediato de suave color anaranjado, desprendiendo un agradable aroma que aspiró profundamente cerrando los
ojos, abandonada a la relajación. Enseguida su
respiración profunda le transportó a recuerdos pasados, veía una niña en la que se reconoció a sí misma, tenía dos trenzas rematadas con un lazo azul marino en la punta; llevaba un vestido amarillo de pequeñas florecillas con una lazada en la cintura, calcetines de ganchillo y unas playeras tórtola del mismo color que el lazo, estaba en el patio de su casa, en el que una
higuera ocupaba el centro, extendiendo sus inmensas ramas plagadas de frutos; todo apuntaba a que en su recuerdo, era verano y ella, esa niña que tanto tiempo llevaba sin recordar; el aroma de la higuera inundaba sus sentidos.
Se visualizó en un columpio, con las faldas subidas por el balanceo, cantaba despreocupada con los ojos cerrados y entonces, escuchó nítidamente a su madre que la llamaba. Abrió los ojos y ahí estaba, rodeada de luz, llena de ternura, la piel clara, su risa entrañable, con los brazos abiertos para curar todos sus males, corrió a abrazarla y su madre la acunó tarareando una canción, pasados unos segundos, el cansancio y el dolor desapareció mágicamente sin dejar rastro. Fue un recuerdo curativo que se desvaneció para dar paso a otra escena que no identificó como un recuerdo, aunque disfrutó mucho;
era ella otra vez, ya había crecido, se encontró frente a un gran ventanal por el que veía las flores de un jardín frondoso, chorreaban por los muros buganvillas, cactus florecidos, grandes chumberas, limoneros...; en una esquinita vislumbraba un precioso huerto ordenado, a rebosar de tomates rojos y brillantes pimientos; al instante se encontraba tumbada en una hamaca que colgaba de dos hermosas palmeras, a lo lejos veía el mar, guiñaba los ojos para distinguir el horizonte, que unía su azul con el del cielo, creando la
sensación de flotar en un infinito de color turquesa; quería volar surcando el cielo, para luego bajar y zambullirse en el fondo marino, convirtiéndose en un pez de escamas
plateadas que surcara los mares libre, sin rumbo conocido. Había elegido en su mente aquel paraíso, para pasar el resto de su vida, en esa visión, un sabor a sal en la boca y un aroma veraniego fueron las sensaciones que inundaron todo su ser.
El agua del baño comenzaba
a enfriarse, con el dedo gordo del pie tanteó
hasta conseguir la cadena del tapón, lo quitó para que el agua se fuera por el
desagüe sin cambiar de postura. De pronto, tuvo la sensación de hundirse en la
bañera, su cuerpo se encogía de una forma inexplicable y una fuerza centrífuga
la arrastraba sin remedio, estaba horrorizada, todo ocurría muy deprisa, la
corriente la arrastraba hacia el desagüe, era como si estuviera bajando por los
rápidos de un río embravecido, inútil luchar, pues su tamaño había mermado hasta convertirse en el de un insecto y se dejó llevar rendida.
Con las manos en la cara para
no ver su destino y envuelta en la corriente de agua anaranjada, salió por el
desagüe camino de las tuberías, bajó deprisa con un ensordecedor ruido
atronando sus oídos, dando tumbos y vueltas sobre si misma durante todo el
trayecto, hasta que desembocó y se hundió en otras aguas más profundas, luchando con todas sus fuerzas por
salir a la superficie, le faltaba el aire.
Consiguió salir a flote, tenía que tranquilizarse para salvar su vida, jadeando sin dejar de mover sus extremidades, para no hundirse de nuevo, el cansancio se apoderaba de su diminuto cuerpo, las fuerzas flojeaban. En ese momento, sintió que algo se acercaba por su espalda, se giró y vio que era una enorme vasija de plástico que se dirigía hacia ella flotando despacio. Realizó un ultimo esfuerzo para nadar a su encuentro y logró meterse en ella con mucha dificultad. Una vez dentro, se dispuso a achicar la improvisada embarcación para poder seguir flotando en la cloaca.
Por un instante se sintió a salvo, todavía con la mente confundida y el corazón a galope, no daba crédito al terrible suceso; tumbada en aquel cayuco de rescate, lloraba sin consuelo aterrorizada por la situación, fue entonces cuando el sonido amortiguado de un timbre lejano llegó a sus oídos.
Con cierto esfuerzo, dice que abrió los ojos despacio
y descubrió que estaba en la bañera, con la piel arrugada como un garbanzo, por cierto, de estar en remojo tanto tiempo, las velas ya se habían consumido y chorreado cera por doquier y al parecer, alguien llamaba a su puerta insistentemente.
Salió de la bañera con las
piernas temblorosas, aturdida se envolvió en el albornoz y
descalza, chorreando agua, se dirigió a duras penas por el largo pasillo, a la puerta de entrada. Había perdido la noción del tiempo en el
baño, no esperaba a nadie y aun así, entreabrió un poco, sin mirar antes por la mirilla; delante de sus ojos, dice que había un ser vestido
con túnica negra y capucha, que por lo visto, portaba una guadaña, cuya hoja brillaba en la oscuridad del descansillo. Inmediatamente, su instinto de protección, ante aquella sospechosa presencia, reaccionó rápido cerrando de golpe la puerta mientras gritaba _ ¡se ha equivocado! , ¡se ha equivocado! , ¡sea lo que sea que viene buscando, no es aquí!
Se quedó escuchando con su oreja pegada a la puerta, al otro lado un silencio sepulcral erizaba todos los pelos de su cuerpo, no se atrevía a mirar por la mirilla, la imagen no podía entrañar nada bueno o al menos eso le parecía a Marie, pero también el hecho de que permaneciera en su descansillo no la iba a permitir estar tranquila, así que se lleno de valor y deslizó la tapa calada de la mirilla para comprobar, con cierto estupor, que aquel ser se había quitado la capucha, había aparcado la guadaña en la pared y se sujetaba abrazado a la columna que había en el hueco de escalera, parecía mareado; agudizó su sentido de la vista y comprobó que su rostro le era familiar, aunque pálido y con unas escandalosas ojeras de color púrpura, distinguió aun en las tinieblas, que se trataba de su vecino Paquito, el del cuarto.
Paquito venía de una fiesta de disfraces, tal vez algo perjudicado por haberse pasado con las bebidas espirituosas, no era la primera vez que se dejaba las llaves o las perdía y tenía que recurrir a su vecina para que le prestara la copia que en ella había confiado y así poder entrar a su casa.
Todo este trajín terminó con Paquito y Marie sentados en la cocina, tomando una infusión caliente, un día cualquiera ya de madrugada.
Paquito.