Estaba justo enfrente. Había subido en Casa de Campo. A pesar de la gabardina que cubría por entero su total envergadura, enormes pezuñas y una larga trompa gris con pelos negros, asomaban por el bajo. Miré al rededor buscando a alguien que viera lo mismo que yo; los pasajeros, indiferentes, viajaban con aire cotidiano, leyendo, dormitando..., nadie confirmaba mi sospecha. Me guiñó un ojo, sonreí. No había duda, era el elefante fugado del zoo.
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