Pagaba al asesino por el trabajo realizado, avisaba a la policía, se ponía la bata de guatiné atada a la cintura, se cogía los rulos y permanecía tras los visillos hasta que atisbaba el resplandor del coche patrulla. Apresurada, salía a la puerta, haciendo señas para que supieran que era ella quien había llamado. Les contaba lo que, en su imaginación, había sucedido con todo lujo de detalles. Era así como aplacaba, la buena señora, su afán de protagonismo. Con este modus operandi, fue como gastó los ahorros y acabó con el vecindario poquito a poco.
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